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martes, 28 de noviembre de 2017

La irreductible castellana

Vivimos nuestro tiempo como si fuera infinito, sin darnos cuenta de que el día que el marcador llegue a cero nos marcharemos sin poder despedirnos.
En sus 92 años, 9 meses y 26 días de viaje, vio un sistema democrático idealista e incoherente, una guerra civil que desangró su país, una dictadura mutante y oportunista, y el nacimiento y decadencia de una democracia.
Creció sin madre y dio cobijo a cinco hijos propios, y otros tantos que lo necesitaron. Sufrió el machismo en carne propia y tuvo tres nietas que se formaron con la idea de que eso ya no existiera.   Hizo gaseosas, helados, regentó un bar y una vaquería, cualquier oficio que permitiera sacar adelante a la familia.
Los que la conocieron, hoy saben tres cosas gracias a ella:
1. Que vale más ser alcalde que tonto, porque a los alcaldes los ponen y los quitan pero tonto se es para toda la vida (aunque a algunos tontos también los hagan alcaldes).
2. Que antes, el que la hacía la pagaba, y el de al lado tenía miedo.
3. Que a la masa de las rosquillas hay que echarle de harina "la que admita" (ahí cada uno con sus unidades de medida).
Además, aprendieron que la vida puede ser dura y aún así feliz si uno está dispuesto a lucharla con una sonrisa y un chascarrillo en la boca.
Su luz se fue apagando lentamente como una tea a la que se le agota el aceite.

En memoria de Claudia Zamora Delgado.

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