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lunes, 13 de noviembre de 2017

Pecado y penitencia IV: Gula

Donuts, patatas fritas, pizza, sushi, tarta de queso, fideos instantáneos, dos cupcakes, empanadillas y una Cocacola light. Esos son todos los alimentos que ha ingerido a lo largo del día. Una mezcolanza de sabores dulces y salados, intensos y saturados por los componentes químicos que la industria alimentaria les añade para que se conserven mejor y aumenten su atractivo. Se siente sedienta y un poco mareada, abrumada por su estómago hinchado y la cantidad de calorías vacías que ha ingerido. El desequilibrio nutricional se refleja en su físico blando y una actitud apática y carente de alegría.
Lo cierto es que en su casa han hecho todo lo posible por inculcarle hábitos de vida saludables, centrados en una alimentación sana y ejercicio físico con moderación. Han sido los resultados decepcionantes de su vida los que le han hecho decidir seguir unas pautas diferentes, aliados con miles de campañas de marketing que bombardean su cabeza desde los medios.
En el momento en el que su cuerpo infantil no se convirtió en el bello cisne que debía ser en la adolescencia, comenzó a ver en el gusto delicioso a su principal aliado. Los años de instituto pasaron, y lo que comenzó con atracones de chucherías con las amigas se convirtió en atracones de comida en la intimidad.
El paso a la vida universitaria no supuso una mejora: no destacó triunfalmente por encima de la media, ni vivió esa experiencia festiva que parecía de obligado cumplimiento. En cambio, siguió evadiéndose en sus fantasías digitales y comenzó a cocinar repostería de bonitos colores y malignos componentes. Devora sus creaciones en compañía o en soledad, con el ansia de encontrar una dulzura que se le escapa en la realidad.
No puede dejar de pensar que si estuviera tan delgada como los dibujos que tanto le gusta contemplar, su vida sería infinitamente mejor. Es incapaz de asumir que hay decepciones que sólo se curan después de aceptar que la frustración forma parte de la madurez, que nadie ha venido al mundo a vivir una fantasía multicolor, y que muchas de las cosas que acontecen en el trayecto vital de una persona son responsabilidad del que toma las decisiones.
Y vomita. Porque a pesar de que le resulta muy difícil llenar el hueco que siente en el estómago cada vez que piensa que no lleva la existencia que merece, no puede evitar sentir asco cuando observa sus lorzas de grasa en el espejo. Se siente la víctima injusta de unos patrones físicos que no puede cumplir y son indispensables para ser feliz, se ciega con los dulces que le machacan las arterias y le impiden tomar conciencia de su propia apatía.

No hay posibilidad de redención, no existe condena. En el pecado va la penitencia.

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