Nunca ha
querido ser Doña Perfecta, pero desde niña se ha sentido superior a los demás.
A nivel intelectual y a nivel moral, que son los únicos aspectos que importan.
Obtuvo su doctorado en arte clásico a la tierna edad de veintiséis años, comenzó
como profesora titular en el departamento Historia Antigua dos años después, y
fue la primera de sus amigos en llegar a la meta que se había marcado.
También es
la única que tiene un piso en propiedad en su zona favorita de la capital
-pagado con su propio dinero, sin ayuda de padres o familiares-. Todas las
mañanas observa la zona de camino al trabajo con orgullo mal disimulado.
Además, viaja con frecuencia, por trabajo o por placer, circunstancia que
amplía maravillosamente su visión del mundo; el saberse tan tolerante y culta
le hace sentir poderosa. Tiene colegas en los cinco continentes, algo que saca
a relucir en las conversaciones cada vez que tiene ocasión. Escribe artículos
de profundidad académica gracias a su aguda inteligencia y a largas horas
trabajando, a pesar de que intenta disfrazarse con un velo de falsa modestia.
Por todas
estas características, despierta admiración, celos y aversión a partes iguales.
Sus amigos apenas son capaces de aguantar sus alardes de pedantería. Sus
compañeros de trabajo la observan como a un elemento tan hostil como
indispensable. Sus alumnos se devanan los sesos para aprobar sus asignaturas,
pero no se cortan a la hora de adjudicarle los insultos más humillantes a su
espalda. Y ella se siente cautiva y protegida por ese muro de frialdad y
condescendencia que ha construido a su alrededor.
La verdad es
que, en sus momentos más bajos, anhela sentirse una más entre la masa de
ignorantes, pero es incapaz de dejar su posición de pretendida superioridad sin
sentir que se rebaja. Desearía encontrar alguien a quien mostrarse por
completo, con sus zonas brillantes y sus bajezas, pero contempla a todos los
miembros de la raza humana desde una altura despreciativa.
En realidad,
sabe que no es superior a nadie. Se siente aislada y perdida.
No hay
posibilidad de redención, no existe condena. En el pecado va la penitencia.
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