Donuts,
patatas fritas, pizza, sushi, tarta de queso, fideos instantáneos, dos
cupcakes, empanadillas y una Cocacola light. Esos son todos los alimentos que
ha ingerido a lo largo del día. Una mezcolanza de sabores dulces y salados,
intensos y saturados por los componentes químicos que la industria alimentaria
les añade para que se conserven mejor y aumenten su atractivo. Se siente
sedienta y un poco mareada, abrumada por su estómago hinchado y la cantidad de
calorías vacías que ha ingerido. El desequilibrio nutricional se refleja en su
físico blando y una actitud apática y carente de alegría.
Lo cierto es
que en su casa han hecho todo lo posible por inculcarle hábitos de vida
saludables, centrados en una alimentación sana y ejercicio físico con
moderación. Han sido los resultados decepcionantes de su vida los que le han
hecho decidir seguir unas pautas diferentes, aliados con miles de campañas de
marketing que bombardean su cabeza desde los medios.
En el
momento en el que su cuerpo infantil no se convirtió en el bello cisne que
debía ser en la adolescencia, comenzó a ver en el gusto delicioso a su
principal aliado. Los años de instituto pasaron, y lo que comenzó con atracones
de chucherías con las amigas se convirtió en atracones de comida en la
intimidad.
El paso a la
vida universitaria no supuso una mejora: no destacó triunfalmente por encima de
la media, ni vivió esa experiencia festiva que parecía de obligado
cumplimiento. En cambio, siguió evadiéndose en sus fantasías digitales y
comenzó a cocinar repostería de bonitos colores y malignos componentes. Devora
sus creaciones en compañía o en soledad, con el ansia de encontrar una dulzura que
se le escapa en la realidad.
No puede
dejar de pensar que si estuviera tan delgada como los dibujos que tanto le gusta
contemplar, su vida sería infinitamente mejor. Es incapaz de asumir que hay
decepciones que sólo se curan después de aceptar que la frustración forma parte
de la madurez, que nadie ha venido al mundo a vivir una fantasía multicolor, y
que muchas de las cosas que acontecen en el trayecto vital de una persona son
responsabilidad del que toma las decisiones.
Y vomita.
Porque a pesar de que le resulta muy difícil llenar el hueco que siente en el
estómago cada vez que piensa que no lleva la existencia que merece, no puede
evitar sentir asco cuando observa sus lorzas de grasa en el espejo. Se siente
la víctima injusta de unos patrones físicos que no puede cumplir y son
indispensables para ser feliz, se ciega con los dulces que le machacan las
arterias y le impiden tomar conciencia de su propia apatía.
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