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miércoles, 20 de septiembre de 2017

Pecado y penitencia I: Lujuria

Cada vez que atisba una forma sugerente, su mirada se desvía y su mente comienza a elucubrar distintos escenarios. Nunca fue hombre de una sola mujer; o de un solo hombre. Su hambre de carne es infinita, sólo equiparable a su capacidad para mentir y disfrutar del momento. A pesar de que ya no es tan joven como desearía, no tiene problemas para acaparar la atención con su carisma y cuidado atractivo.
Reflexiona sobre su experiencia en el arte de la seducción mientras realiza sus series de flexiones. No es tanto el goce físico como el período del juego previo lo que le erotiza y subyuga. Ese momento en que las mujeres –jóvenes y maduras, tontas y astutas- se arrojan a sus brazos, obnubiladas por las fantasías que sus palabras prometen. Ese instante en el que los hombres se dejan impresionar por su brillante seguridad y sus maneras envolventes.
Cada amante es un cuerpo, un placer y un mundo por descubrir. Y una vez explorado someramente, él siente la necesidad de encontrar otros cuerpos y mundos nuevos, no siendo satisfecho por el viejo goce. No existe conciencia, reserva moral o profundidad emocional, simplemente todo lo que la experimentación sensorial puede ofrecer. Son muchas las barreras que él ha traspasado en su eterno descubrimiento de los misterios del deseo y el sexo. Cuando recuerda alguno de sus encuentros más célebres percibe una corriente eléctrica que parte desde su cerebro hasta las ingles; saborea la libertad al margen de los condicionamientos sociales más retrógrados, y reaviva su ansia por perpetuar sus conquistas.
Y acto seguido, su mente regresa a su primera mujer, con la que se abrió este hambre desmesurada que sufre. En este caso en concreto, el descubrimiento del cuerpo y el placer fue parejo a la comprensión de la esencia del otro, un proceso íntimo que sólo puede ser compartido. Sin embargo, semejante plenitud muy pronto dejó de ser suficiente para él y comenzó a buscar satisfacción a sus necesidades en pieles sin nombre. El tiempo y las traiciones expulsaron a la mujer de su lado, para nunca regresar.
Tiene éxito en su profesión, atractivo físico y encanto personal. Tiene un anhelo inconmensurable que nunca puede saciar. Tiene miedo a la oscuridad y a la soledad.


No hay posibilidad de redención, no existe condena. En el pecado va la penitencia.

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